Queramos o no queramos, existe una realidad que no podemos obviar: el entorno de negocios en que nos ha tocado gestionar nuestras empresas cambia de forma continua y acelerada. Lo que ayer era válido y valioso, hoy no sirve para nada. Lamentablemente, algunos responsables de empresa creen que pueden vivir de espaldas a esos profundos cambios y se empecinan en seguir haciendo lo mismo que han hecho siempre.
Veamos uno de los aspectos más notorios de los cambios que se están produciendo, día tras día, a nuestro alrededor: los avances tecnológicos. Aún existen empresarios que piensan que porque no operan en un sector de alta tecnología se pueden mantener al margen de la profunda transformación que se está produciendo en el área de la tecnología. Sentimos decirlo, pero se equivocan.
Así, muchos pequeños empresarios creen que pueden desentenderse de Internet (Las mejores oportunidades en Internet son para las pymes). Pero, no se dan cuenta de que hoy en día, por ejemplo, podemos comprar nuestros billetes de avión en Internet, dejando a un lado las agencias de viaje (grandes o pequeñas); también podemos comprar cualquier libro, sin necesitar las librerías tradicionales; podemos comprar cualquier producto en cualquier país del mundo sin necesidad de tener que resignarnos a comprar lo que nos ofrecen los negocios que funcionan en nuestras ciudades (que, necesariamente, tienen una oferta limitada, comparada con la que se puede encontrar en Internet). Son cada vez más los usuarios de Internet que, sin comprar en la red, la utilizan para orientarse, comparar precios e ir seguros a comprar en un negocio tradicional.
Los cambios y el mercado
Quieran o no, antes o después, los responsables de las empresas, grandes o pequeñas, tendrán que tomar en cuenta la realidad de Internet, sea para aprovechar sus potencialidades o sea para encontrar estrategias que les permitan compensar los daños que posiblemente les produzca la red.
La realidad es que cualquier cambio que afecte los comportamientos y hábitos de los consumidores (por ejemplo, tecnológicos), va a incidir, para bien o para mal, en una serie, cada vez más grande, de negocios tradicionales, grandes y pequeños.
Y lo que es aún peor (o mejor, según la perspectiva de cada quien), los cambios del entorno son cada vez más numerosos y se producen a mayor velocidad. Esto contrasta radicalmente con los entornos de negocios de pocos años atrás, cuando los cambios se producían de forma paulatina y progresiva; la vida era tranquila; los sistemas y enfoques aprendidos podían aplicarse durante años y años; la experiencia era una ventaja decisiva en los negocios.
Hoy en día todo eso ha cambiado y seguirá evolucionando a mayor velocidad en el futuro, lo que plantea un serio desafío para los empresarios: limitarse a seguir siendo, sólo, buenos administradores o convertirse en verdaderos líderes.
El perfil del buen administrador
A los buenos administradores se les pide mantener y preservar los activos y posesiones de la empresa y asegurarse de que la organización funcione de forma eficaz. De ahí que en la mayoría de los textos tradicionales sobre la gestión de empresa se afirma que las funciones básicas de un empresario o directivo con niveles de responsabilidad se circunscriben a las siguientes seis grandes áreas:
1. Planificar: establecer los objetivos de la empresa y, luego, programar, en el espacio y en el tiempo, las acciones y pasos que se consideren necesarios para alcanzar esos objetivos.
2. Presupuestar: distribuir y asignar, de forma eficiente, los recursos (en especial financieros) que sean necesarios para que las acciones y pasos programados se ejecuten.
3. Organizar: crear y mantener operando eficazmente las estructuras operativas y funcionales que permitan cumplir lo planificado.
4. Personal: dotar de personal las estructuras operativas, delegar, definir normas de trabajo, establecer procedimientos que sirvan de guía al personal, establecer los métodos y sistemas que permitan controlar sus comportamientos.
5. Control: verificar los resultados, compararlos con lo previsto en la planificación.
6. Solucionar problemas: determinar las desviaciones que se produzcan entre el plan y lo realizado y, luego, prever y organizar la solución de esos problemas, adoptando las medidas que sean de lugar.
Hoy por hoy, aunque se cumplan a la perfección, esas seis funciones básicas no bastan: el entorno se mueve con demasiada rapidez y, en consecuencia, se necesitan responsables de las empresas que, además de ser buenos administradores (función imprescindible), sean verdaderos líderes.
El perfil del líder
En esencia, el líder debe ser capaz de guiar y conducir la empresa por los nuevos derroteros que, de forma inevitable, le plantea el entorno. Si todo cambia a nuestro alrededor, debemos ser capaces de identificar los nuevos caminos que han de recorrer nuestras empresas y, luego, tener las habilidades necesarias para lograr que nuestros colaboradores sigan esa nueva visión y misión de nuestras organizaciones. En caso contrario, no lograremos sobrevivir como empresa. La organización que se adapta a las tendencias de su mercado, sencillamente, desaparece. La historia empresarial aporta miles de ejemplos.
Para lograr la necesaria transformación interna de nuestras empresas, además de cumplir a cabalidad las seis funciones del buen administrador, los responsables deberán desarrollar al máximo las siguientes cuatro funciones:
1. Establecer directrices: estructurar una visión de futuro para la organización y determinar las grandes líneas estratégicas que permitan que esa visión se convierta en una realidad.
2. Comunicar: transmitir, por medios orales y escritos, cuyo contenido sea de fácil comprensión, la visión de futuro y las estrategias a todos los miembros del personal cuya cooperación sea necesaria para la implantación de las estrategias.
3. Implicar, involucrar: convencer e influir en el personal para lograr la creación de grupos activos fuertemente comprometidos con la implantación de las estrategias.
4. Motivar: estimular a las personas para que superen todas las barreras (estructurales, culturales, de políticas internas, burocráticas, etcétera) que podrían impedir u obstaculizar la conversión de la visión de futuro en una realidad.
Sólo así lograrán convertirse en líderes de sus empresas.
¿Pasado o futuro?
En resumen, el administrador gestiona el presente con base en el pasado; el líder gestiona el presente en función del futuro.
En los actuales momentos, y más aún lo será en el futuro a corto plazo, nuestras empresas necesitarán de responsables que las gestionen con los pies puestos firmemente en el pasado, pero con la cabeza y el corazón volcados al cien por ciento en el futuro, dotados de suficiente flexibilidad, para ser capaces de descubrir los nuevos senderos a recorrer, y de altas dosis de motivación, para lograr arrastrar a sus colaboradores, por convicción (no por imposición), hacia el logro de nuevos, y continuamente renovados, objetivos.
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