¿Qué tal si les recordamos a quienes nos aman que, aunque ya lo sabemos, nos encanta escuchar su voz mientras nos lo dice? Y viceversa.
No podemos decidir sobre lo que la vida nos deparará, pero sí podemos decidir sobre lo que haremos con lo que nos suceda. Tener esto claro genera una verdadera confianza que nos hace más fuertes y nos permite resolver las cosas de manera más fácil.
Si nos proponemos hacer algo generoso una vez a la semana (no es tanto) ayudaremos a contagiar y extender la generosidad, que tanto beneficia al que la recibe como al que la da.
Tener claros nuestros objetivos, nuestras metas, visualizarlos con el mayor detalle y realismo, la mayor cantidad de veces, mientras somos conscientes de los recursos que son necesarios y de los que ya disponemos, favorece el desarrollo de la esperanza, permitiéndonos desenvolvernos mejor en cualquier área de nuestra vida, disfrutar de nuestro trabajo, mejorar nuestra salud, reducir el estrés, lograr más satisfacciones, relacionarnos mejor con los demás.
Estamos rodeados de tantas cosas que nos distraen (la tele, los móviles, juegos…) que nos alejan de centrarnos en nuestros propios objetivos.
No tengas dudas, cuando te encuentres con un callejón sin salida, sal por el mismo lugar que entraste.
La capacidad para que una crítica nos duela o no, depende más de nuestra seguridad personal y de nuestra autoestima, que del contenido de las palabras que nos digan.
Una persona espiritualmente inteligente busca la profundidad en las relaciones, ve aquello que le une a los demás, minimiza las diferencias, y disfruta de la felicidad de los demás.
Puesto que no sabemos lo que nos ocurrirá mañana, démonos permiso para ser felices, hoy.
Nuestros peores enemigos, los obstáculos más habituales e importantes que nosotros mismos nos ponemos son sobre todo nuestros miedos, acompañados de la absurda vergüenza y la implacable culpa. Miedo a lo que nos pueda pasar, miedo al juicio crítico de los demás, y miedo a lo que ayer pudimos haber hecho mal. Y nos acompañan desde todo lo que fuimos aprendiendo en la infancia y todo lo que nos fueron diciendo. No hagamos lo mismo ahora con quienes, en su infancia, se fijan tanto en lo que hacemos y decimos.
En la infancia aprendemos a definir cómo somos y cómo funciona el mundo según las palabras y las ideas de nuestros padres. Al ir creciendo, traspasamos ese poder a otros, aunque lo que hagan y digan no esté en consonancia con nuestro verdadero ser. Por eso, recuperar nuestra autonomía de pensamiento, pensar por uno mismo, es básico e imprescindible para ser libres, auténticos y conscientes.
También solemos actuar como masas guidas por lo que la publicidad, el dinero y las modas disponen. Ya sé que seguir el surco tiene sus ventajas, ya fueron probados por otros, es lo que hace la mayoría, por eso salir del surco y hacer el nuestro propio requiere de bastante valentía y es arriesgado, pero ¿quién nos quitará la satisfacción de tener nuestro propio surco?
Todos nos equivocamos y podemos hacer daño a otros, pero si aprendemos a asumir que esto es así, que es inevitable, y nos centramos en reparar las consecuencias de nuestros errores, el peso de la culpa de convertirá en confianza.
Todo lo que hacemos, todo lo que decimos tiene un efecto, lo queramos o no. También lo que no hacemos o lo que no decimos
Cuando no tomamos decisiones, también las estamos tomando. No decidir, no elegir, no actuar, son modos de decidir, de elegir y de actuar. La pasividad no nos sirve para nada, ni siquiera para pensar que nosotros no hicimos.
El miedo a equivocarnos muchas veces hace que nos equivoquemos. Es mejor hacer las cosas lo mejor que sepamos y asumir las consecuencias con la confianza de haberlo intentado con verdadero interés Además, así crecemos y aprendemos.
Ser demasiado exigentes, con los demás y con nosotros mismos, nos echa a los leones de nuestra voz interior que no para de criticar, de encontrar defectos, de buscar la perfección, de advertirnos con severidad ante los errores y nos llena de miedo a equivocarnos. Seamos mucho más flexibles y tolerantes, y todo nos irá mejor.
Cualquiera podemos empezar un nuevo trayecto interior, incluso después de haber cometido un error, es más, a veces ese mismo error puede ser el motor que nos impulse con más fuerza hacia ese viaje interior y hacia el cambio que deseamos. Ese es el único viaje que vale la pena hacer.
No hay que echar la culpa nuestra a los demás, pero tampoco asumir las que correspondan a otros, y sobre todo ser muy bueno averiguando la diferencia.
Aristóteles decía que todo el mundo sabe y puede enfadarse, el arte consiste en hacerlo por un motivo justo, con la persona adecuada, con la intensidad correcta, en el momento oportuno y de una manera eficaz.
Hay que asumir que somos nosotros los que decidimos finalmente nuestros estados emocionales, y no los demás los que nos los causan. Nosotros somos los que inconscientemente nos contagiamos del mal rollo de otros, no ellos los que nos los imponen. No les otorguemos tanto valor e influencia sobre nosotros y asumamos nuestra responsabilidad.
Respondamos con calma y serenidad cuando alguien esté enfadado y, si no es posible, alejémonos invitándole a seguir cuando esté más tranquilo y sea posible la comunicación.
En las escuelas debería ser obligatoria la enseñanza de la inteligencia social y emocional, aprendiendo a desarrollar las aptitudes sociales y emocionales, gestionando mejor las emociones nocivas y cultivando las positivas, lo que generaría mejores personas y mejores resultados académicos.
Tenemos que alejarnos de las personas que no saben gestionar sus propias emociones, su mal humor, y que contagian a los grupos a que pertenecen.
La educación de todos, no importa la edad, no es una serie de aprendizajes definitivos, sino la búsqueda permanente sobre temas que se encadenan, y que nos llevan a nuestra evolución personal en todos los sentidos, por lo que nunca deberíamos de dejar de querer aprender.
Vivimos en una cultura que fomenta la búsqueda de culpables en lugar de soluciones, y así nos convertimos en supuestas víctimas que nos quejamos de todo, asumiendo un papel pasivo que nos lleva a la resignación y a la impotencia, en lugar de pasar a la acción para resolver lo que no nos gusta.
Las desigualdades sociales son uno de los más graves factores de riesgo para numerosas enfermedades, especialmente si esas desigualdades son vividas sin la esperanza de que alguien será capaz de superarlas, cambiarlas, saltarlas…Uno piensa que ha perdido el control de su vida y la fe en poderla recuperar. La medicina basada en la solidaridad podría ser el medicamento más barato, potente y eficaz contra este mal.
Nuestro cerebro tiene una enorme plasticidad, lo dice Eduardo Punset, y desarrollamos enormemente las partes del mismo que más utilizamos, Así que nada tiene que ser así porque siempre ha sido así.
Podemos aprender a desaprender lo que no nos place de nosotros mismos, de las ideas heredadas que no nos sirven para nada pero aceptamos inconscientemente, sin preguntar por qué, para ver las cosas desde otra perspectiva nueva, nuestra.
No tiene nada de malo sentirnos orgullosos de lo que hayamos conseguido gracias a nuestro esfuerzo, y podemos sentir la satisfacción de decirlo si lo hacemos con humildad.
Solo demos importancia a lo que nos dicen personas que nos quieran de verdad.
En realidad, lo que los demás piensan de nosotros tiene mucha menos influencia sobre nuestras vidas de lo que creemos. Importa mucho más lo que nosotros mismos pensamos.
Cuando alguien nos pide consejo cometemos el error de decirle lo que haríamos nosotros en su caso, pero debemos decirle lo que haríamos en su caso, comprendiendo sus circunstancias.
Muchas de nuestras ansiedades nos las creamos nosotros mismos, por querer lograr los objetivos que quedan bien en esta sociedad y porque, cuando logramos estos, nos imponemos otros para seguir en una especie de rueda interminable.
Acostumbrados a huir de la ansiedad y la angustia, muchas veces corremos hacia lo mismo que tememos, llenándonos de cosas que no necesitamos y ocupando innecesariamente todos los silencios.
Ah, muy importante, os aseguro que el mundo puede sobrevivir si no estamos disponibles durante un par de horas, o un par de días, que quizá nos podríamos dedicar a nosotros mismos.
Para escapar de nuestro vacío existencial solemos hacer cosas sin parar, siempre ocupados necesitados de actividad, porque detenerse es más arriesgado, porque quizá tengamos miedo de parar y escuchar nuestras voces interiores.
Quienes llenamos nuestras vacaciones y ratos de ocio con propósitos y objetivos, somos los que después nos sentimos menos satisfechos, que todo pasó demasiado rápido y que se nos han quedado muchas cosas por hacer.
Aprovechar el tiempo no significa lo mismo que disfrutar de él. Correr de un lado a otro rellenando los huecos del día es una receta infalible para el estrés. El gran cambio se produce cuando conseguimos no solo hacer lo que de verdad queremos sino, sobre todo, cuando queremos lo que hacemos.
Todo aquello que nos resulta placentero, que disfrutamos haciéndolo, genera endorfinas, las hormonas de la felicidad, así que quizá valdría la pena hacer cosas que nos hacen sentir bien la mayor cantidad de veces que podamos.
Para conseguir algo, no basta con pensar que lo queremos, también hace falta sentirnos como si ya lo tuviéramos, y cuantas más veces lo sintamos a lo largo del día, mejor.
Somos lo que pensamos. La neurociencia ha demostrado que el cerebro registra de igual forma lo que percibimos con los sentidos que lo que imaginamos, creando nuevas redes neuronales.
Si no nos sorprendemos de que aparezcan obstáculos, y los tomamos como oportunidades para aprender y evolucionar, podremos perseguir mejor nuestras metas y hacernos más fuertes y seguros.
Si hacemos una lista de todo lo que tenemos pendiente de hacer y, una vez a la semana, escogiésemos una y la realizásemos a conciencia, tachándola de nuestra lista, reduciríamos nuestro estrés de forma considerable.
Y no olvides en esa lista, hacer una relación de las personas a las que has de recordarles con palabras y hechos lo mucho que las quieres.
Un enemigo es un tesoro, debemos cuidarlo, porque es la mejor ayuda en el camino de nuestra iluminación.
Si supiéramos de la biografía de nuestros enemigos y comprendiésemos la tristeza y el sufrimiento que padecen, nuestra hostilidad hacia ellos se desvanecería.
El perdón es como la fragancia que derrama una bella flor en el talón que la aplastó. ¿No es más bonito ser esa fragancia que regalarles el sufrimiento a quienes nos hacen daño?
A alguien que quiero, le pediría que no me desanime si me equivoco, que me aliente todo lo que pueda, que se dé cuenta y me anime ante mis cambios positivos, por pequeños que sean… y viceversa.
También le diría que no hace falta que me controle todo el día, ni me pida explicaciones sobre cosas sin importancia, que respete mis parcelas de intimidad, que no se cree demasiadas expectativas sobre mí, que confíe y así podré sorprenderle… y viceversa.
Mostremos a las personas que queremos lo importantes que son para nosotros, en lugar de estar siempre esperando a que ellos nos den importancia a nosotros.
La inspiración, la suerte, el éxito, la felicidad… todo lo bueno existe, pero tiene que encontrarnos intentado conseguirlas.
Es mejor estar preparados y no ir, que ir y no estar preparados.
El temperamento es como uno nace, pero el carácter es como uno se hace. Son nuestras decisiones y acciones las que nos orientan hacia un determinado destino.
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