lunes, 5 de septiembre de 2011

OBSERVAR EL CUERPO PARA CALMAR LA MENTE. COMPRENDER LA MENTE PARA SANAR EL CUERPO



Para comprender algo y mucho más si se desea comprenderlo, es necesaria la observación. No se puede saber del propio mundo interior estudiándolo fuera de uno, porque esto es una absoluta contradicción.

La observación adecuada nos facilita un conocimiento más íntimo de lo observado y una mayor seguridad. Observando podemos conocer y conociendo podemos comprender. Una observación atenta y minuciosa nos descubre nuevos aspectos e intimidades de lo observado. Lo mismo cabe decir de la observación de uno mismo. Observando nuestras reacciones físicas y psicomentales, nuestros hábitos e impulsos, nuestra forma de ser, nuestras emociones, pensamientos, temores, evasiones, justificaciones y todo aquello que hay en nosotros, obtendremos un conocimiento mucho más profundo, veraz y valioso de nosotros mismos.

No cabe duda de que el hombre es una gran conocido para sí mismo. No cabe tampoco duda de que si un hombre no toma conciencia de si mismo, y se observa, y se indaga, y medita sobre si mismo, no podrá salir de esa ignorancia. Hay que conocerse interna y externamente. Éste es un primer paso. Sólo podemos transformar y realizar aquello que conocemos y por ello en el Yoga el autoconociemiento es esencial. El hombre ni siquiera conoce las reacciones de su propio cuerpo, ni sus hábitos, impulsos, inclinaciones o tendencias fisiológicas. Sabe muy poco de sí mismo. El desconcierto de sí mismo trae consigo el descontrol y la carencia de control provoca malestar, frustración y dolor.

Una persona debe comenzar por observar sus reacciones mecánicas. Debe observar cómo el cuerpo, la mente y las emociones actúan sin control alguno, a veces en cruda contradicción prevaleciendo sobre el enflaquecido Yo. Debe observar su alegría o su dolor, cómo se comporta cuando le insultan o le elogian, cómo se siente, cómo piensa, cómo actúa. Debe observarse en soledad y en compañía, ante los seres queridos y ante los detestados: debe observar sus cientos de temores, su escrupulosidad, su egoísmo. Puede observar como camina, habla, gesticula, actúa, ríe; o bien, como busca justificarse, evadirse, autonegarse.
Si de verdad quiere conocerse, debe obtener el mayor número de datos posibles sobre si mismo.

En el ser humano suceden continuamente las sensaciones, las emociones y los pensamientos. Observándolos. Obsérvate a ti mismo conquistando a una mujer que te resulta atractiva, manteniéndote tierno con tus hijos. Obsérvate inquieto ante una importante entrevista; colérica ante el insulto de otra persona o sumiso ante un reproche. Obsérvate deleitándote con las flores que contemplas en el parque; sintiéndote en comunión con una obre de arte; practicando cualquier deporte o comiendo. Obsérvate tu amor, tu desasosiego, las mil y una forma de las que tú te vales para mantener ante ti mismo y ante los demás la falsa imagen que tú has fabricado de ti mismo. Obsérvate eufórico o angustiado, tenso o relajado. Observa tus estados de ánimo. Y obsérvate cambiando continuamente; cambiando tus emociones, tus pensamientos, ideas conclusiones, estados de animo, carácter. Obsérvate después de una noche de insomnio o de una penosa enfermedad. Conócete. Toma consciencia de ti mismo, obsérvate, pregúntate y conócete.

¿Cuántos años tienes? ¿Veinte, treinta, sesenta? Ya es hora de que empieces a conocerte y de que no sigas cargando con un desconocido. Trabaja interiormente. Observa sobre todo como reaccionas. Cómo reaccionas al sexo, a la riqueza a la belleza o a la fealdad, al miedo.

Observa cómo cambias tú de un momento a otro, que diferentemente puedes pensar o comportarte en cuestión de minutos o incluso segundos. Observa y obsérvate. Observa cuánta contradicción hay en ti, cuanta indolencia, cuanta frustración. Conócete más y más profunda y penetrantemente.

A medida que vayas aprendiendo de ti mismo, irás también aprendiendo o controlarte, a perferccionarte, a realizarte. ¿Estás intranquilo? ¿Irritado? ¿Inseguro? Obsérvate.

Intenta conocerte en las más variadas circunstancias, momentos, situaciones. No trates de justificarte, ni de engañarte, ni de recriminarte. Eso ya lo has hecho durante muchos años y nada has adelantado. Simplemente, toma consciencia de ti mismo y obsérvate.
Ya cambiarás. Ya cambiarás cuando te conozcas, porque sólo puede cambiarse adecuadamente lo bien conocido. Tú vas a transformarte, pero antes debes saber qué quieres y qué debes transformar. No sigas actuando a ciegas, no sigas pensando o sintiendo mecánicamente.

El practicante debe permanecer vigilante. Si la atención mental no está muy alerta, entonces la toma de consciencia de uno mismo y la autoobservación es imposible.
El trabajo interior exige la ayuda del órgano mental, y por ello es tan importante el entrenamiento de la mente y de una de sus técnicas básicas: la concentración o dharana.

La autoobservación puede llevarse a cabo a lo largo de actividades normales del individuo, y también como ejercicio efectuado en la soledad en una asana de meditación. Al efectuarlo como ejercicio en soledad, el practicante debe interiorizarse y excavar dentro de su mundo interior, observándose minuciosamente.

Hay muchas cosas que observar. Desconéctate del mundo exterior y explórate minuciosamente dentro de ti mismo, con el mismo interés que un espeleólogo exploraría una cueva. Busca, trata de descender hasta lo más profundo de ti mismo. Pero no te identifiques con lo que observas, no te dejes atrapar por lo que descubras.
Mantente sereno y distante, como mero espectador, muy atento, expectante, pero desapasionado. Observa y conoce.
¡Hay tanto material por revisar!

En ti hay cosas de años, de décadas, de siglos. Ahí permanecen el hombre viejo-producto del pasado – y el hombre nuevo; el hombre adquirido y el hombre real; el hombre superfluo y el hombre interno. No dejes que tus pensamientos se agolpen, no te distraigas, no te dejes encadenar por tus emociones.
Arroja la luz de la consciencia sobre todo tu mundo interior. Revisa los rincones más ocultos, más apartados. No te dejes envolver por lo que veas. Ten paciencia. Ves decididamente al encuentro contigo mismo, sin prisas, pero sin pausas.

Busca todo lo que hay en ti que es adquirido y aquello que eres tu mismo, que es tu esencia.

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